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Esta semana te propongo un ejercicio de desconexión en la ciudad. Además, una de mis cabañas favoritas se encuentra en Maine, y una escapada a la Escocia más cabañil.
Hola, saludos desde lo más profundo del bosque.
Después de un pequeño (y merecido) descanso de Semana Santa, el club vuelve a la carga lleno de lo que más nos gusta: cabañas. De nuevo —últimamente me repito mucho con esto—, muchas nuevas caras por aquí, bienvenidos, bienvenidas.
Hoy voy a hacer algo diferente en esta introducción. Te propongo un pequeño ejercicio mental y de desconexión para esta semana, un pequeño gesto sencillo para aliviar ese estrés digital en el que vivimos inmersos y con el que, sin darnos cuenta, nos perdemos algo importante: volver a conectar con la naturaleza. Seguro que cerca de tu casa o del trabajo hay un buen parque con árboles, o a las afueras un buen espacio abierto donde pasear. Elige el momento del día que te apetezca, acércate a esos árboles, y durante la siguiente hora pasea y pon el teléfono en modo avión, no hagas fotos, no lleves auriculares. Simplemente concéntrate en el sonido de la primavera, del lugar, de los pájaros y de las ramas de los árboles. Si quieres, siéntate en un banco durante un rato, respira y deja que esa naturaleza se meta un poco en ti. Observa a tu alrededor sin una pantalla ni notificaciones por delante.
Esto es algo parecido a lo que se hace en esos baños de bosque de los que he hablado alguna vez por aquí, una tendencia que nació en el Japón de los años ochenta como solución al estrés laboral de los trabajadores y que ha demostrado que mejora la ansiedad, la salud cardiovascular y, en general, nuestro bienestar.
Empezamos.
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Esta es, sin duda, una de mis cabañas favoritas de todos los tiempos. Aunque se aleja un poco de la idea de casita diminuta en mitad del bosque, sigue siendo una cabin con todas las letras. Está en North Haven, una isla frente a la costa de Maine, en Estados Unidos.
La diseñó el arquitecto Cristopher Campbell como casa de verano para pasar las vacaciones con su mujer y su familia. La zona está llena de casonas coloniales que se ven desde el mar, pero esta casa se desmarca completamente: se alza sobre una colina, rodeada de pinos, con vistas al océano y lejos del bullicio del núcleo residencial.




Aunque no imita de forma literal la arquitectura vernácula, se inspira en los graneros tradicionales de madera de la zona. Está completamente forrada de madera, por dentro y por fuera, con esa textura y ese olor tan propios de Nueva Inglaterra. El volumen, de dos plantas y forma de cuña, está revestido con lamas de pino y rematado por un tejado de cobre, que no solo regula la temperatura, sino que también ayuda a que la nieve se derrita rápidamente cuando sale el sol. Esta piel natural la camufla entre los árboles, como si siempre hubiera estado ahí. Se utilizaron materiales locales y sostenibles (para una casa de la primera década de los 2000 es todo un logro).
Dentro, las ventanas parecen cuadros que enmarcan el paisaje. Una gran estantería hecha a medida cubre una de las paredes, dejando el centro de la escena para una escalera de caracol (fabricada también en Maine) que conecta con el dormitorio principal. Todo el espacio se abre hacia la cocina, en un único ambiente pensado para compartir en familia, alargar las sobremesas y dejar que el verano se cuele por las rendijas.
Puedes leer más sobre su historia aquí.
The Lazy duck es uno de esos clásicos virales que se cuela en tu feed de Instagram de vez en cuando. Y por supuesto es una cabaña real. Se encuentra en el corazón de Escocia y es la excusa perfecta para sentirse como Thoreau en Walden. No hay internet, es off the grid y tiene una bañera exterior. Una experiencia de vida tranquila y a cámara lenta.
Puedes reservar aquí.
Daniel Spoerri, La Douche (1961). Óleo sobre lienzo, grifos, tuberías y cabezal de ducha sobre madera.
Tuve la oportunidad de ver esta obra la semana pasada en la colección semipermanente del Centro Pompidou de Málaga, que forma parte de la colección del museo francés. Una belleza.
Durante el Primer Imperio Francés bajo el mandato de Napoleón Bonaparte, se implementó el Sistema Continental, una estrategia destinada a debilitar la economía británica mediante la interrupción de su comercio con Europa. Como parte de esta política, se establecieron caminos para los funcionarios de aduanas a lo largo de las costas francesas, conocidos como chemins des douaniers. Estos senderos permitían a los oficiales vigilar y controlar el contrabando, y en ellos se construyeron cabañas o chozas de paja que servían como puntos de observación o refugios para los pescadores y los propios vigilantes.
Con el paso del tiempo, especialmente en el siglo XIX, estas cabañas adquirieron un nuevo significado artístico. Pintores impresionistas encontraron en ellas una fuente de inspiración, capturando su esencia en diversas obras. Claude Monet, por ejemplo, pintó la cabaña de aduanas de Pourville en 1882, e hizo varias versiones de ella a lo largo del tiempo. También Jean Francis Auburtin se sintió atraído por estas estructuras, representándolas en sus pinturas con un enfoque más simbolista.
Hoy en día, las cabañas de la playa han desaparecido, pasando de ser una necesidad política y económica del imperio francés a un símbolo del arte paisajístico impresionista.
Estoy muy obsesionada con este meme desde hace tiempo. No puede describir mejor mi vida y mis sentimientos actuales:
Ayer fue Sant Jordi, mi día favorito del año. Y como excusa, quería recomendar tres lecturas rápidas que tengo en mi biblioteca y perfectas para regalar o autorregalar, porque un libro, es una gran excusa para cualquier día del año:
Te Elige, Miranda July. Ediciones Comisura.
Ciudades en las que no vivo, Jaime del Fresno. Niños Gratis*.
Ciencia Ficción capitalista, Michel Nieva. Edita Anagrama.
Quiero tener la capacidad de tener una estantería así de ordenada y aséptica 😂
Entiendo perfectamente cómo esa cabaña es una de tus favoritas...