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Brutalismo y cabañas siempre es una interesante combinación. Igual que noviembre y chalet alpino en Austria. Disfruta de tu dosis de desconexión cabañil esta semana.
Hola, saludos desde lo más profundo del bosque.
Qué curiosa es esa sensación que te deja el cuerpo cuando te desprendes de un proyecto en el que llevabas mucho tiempo trabajando, ¿verdad? Hay felicidad pero también vacío, porque ha formado parte de tu día a día durante muchísimos meses y, de repente, te encuentras sin deberes.
Empezamos.
Soy muy fan de la rareza brutalista en el mundo de las cabañas. Es cierto que el concepto de “cabaña” es más cercano a la madera y a los típicos tejados a dos aguas. Pero esos refugios que se salen de la norma entre los árboles me producen mucha fascinación.
Casa Alférez es justo un ejemplo de esto. Diseñada por el arquitecto Ludwig Godefroy en el corazón de México como una fortaleza en la naturaleza (según sus propias palabras), se inspira en esa idea romántica del refugio en medio del bosque. Es una vivienda aislada, como una caja fuerte de hormigón.
El lenguaje entre la idea de cabaña (lo romántico) y la fortaleza (lo protector) se traduce en el brutalismo de su estructura y en el uso de la madera en el interior y de tragaluces repartidos para crear esa atmósfera más cálida. Desde el principio se trató con respeto el terreno, adaptando su forma a los árboles colindantes y a la topografía.
El contraste es evidente, y su altura está pensada para buscar la luz y maximizar el espacio, creciendo así de forma vertical. Por dentro, espacios abiertos separados por diferentes alturas que aprovechan esa iluminación natural y la combinación con la madera natural, tanto en los suelos como en el mobiliario, llena de calidez toda la vida ahí.
Una cabaña que se une a la lista brutalista como el Refugi Lieptgas o esta cabaña de los ‘60 diseñada por Joseph Esherick. Y además, si te escapas por México, puedes alojarte en ella.
A mí esta época del año en la que empieza a nevar y el otoño va decayendo me hace pensar mucho en los Alpes y en sus chalets de madera rodeados de blanco y árboles. Así que era inevitable compartir una escapada al paraíso cabañil alpino. Buchhammerhof Martinsbach, que así se llama, es un refugio a los pies de las montañas de la cordillera del Kaunergrat, en Austria, a unos 1100 metros de altura.
Se construyó en 1890 y durante años fue una granja típica del valle tirolés. Se ha preservado prácticamente a la perfección, lo que convierte la experiencia en algo aún más especial.
Puedes reservar o ver más información aquí.
Oreste Albertini, La Stretta di Lavena, Lago di Lugano (1932). Óleo sobre tela.
La cabaña en A Wild Bird, diseñada por Nathaniel Owings (uno de los fundadores de SOM) y Mark Mills. Y que fue la residencia de Owings con su segunda mujer. Se encuentra encallada en un acantilado del Big Sur (California) y se construyó en 1958. En una crónica para la revista Time en 1959, el arquitecto contaba los retos de hacer una vivienda en un lugar tan complejo:
Big Sur is challenging country. The land is periodically shaken by earthquakes, battered by 80-m.p.h. winds; rainfall can total 72 in. in three months, and termites abound. To cope with these problems, Owings designed a kind of concrete saddle over the ridge, anchored by eight caissons reaching down into bedrock. On this he secured a rigid A-frame, surrounded it with cantilevered balconies carried around the outside to exploit the spectacular view. For roof beams he bought 60-year-old redwood timbers of a demolished bridge. A four-car garage was dug partially out of bedrock, leaving a prehistoric Indian mound undisturbed. Says Owings: "No house can do more than snuggle into and grab hold of and hold on to a sheer bit of granite on this coast."
Como muchas cabañas de la época, se ha reformado y modernizado y se puede alquilar por la friolera de unos quince mil dólares por día. Casi nada.
Me tiene muy obsesionada esta cabaña junto al mar en Fermanville, en la Normandía francesa. La ha diseñado Freaks Architecture. Puedes ver más sobre ella en su web.
Hace unos días Gabriela Ybarra (os tenéis que suscribir a Correo Nocturno, es una maravilla) me recomendó un par de libritos. Sentí curiosidad por uno de ellos, Una mujer en la noche polar de Christiane Ritter, que narra en primera persona su historia. Y en seguida me puse a leerlo (el ansia me pudo y lo compré en formato digital).
En 1934 emprende un viaje desde su Alemania natal hasta el Ártico, a una pequeña isla donde la espera su marido, en una cabaña remota a cientos de kilómetros de la aldea más cercana y junto a un fiordo. Su relato cuenta, a modo de diario, su experiencia como mujer, solitaria y brutal en ese pequeño refugio de madera, y cómo sobrevivir al invierno (y al verano) polar.
Ya la primera página me dejó bien marcada hacia dónde iba la historia, que me leí en una tarde:
Edita Península.
Siempre leo tu newsletter con un cafecito en la mano en mi descanso del trabajo. Amo las mañanas de los jueves gracias a esto.
Me llamó mucho la atención el libro,lo buscaré. Muy curiosas esas cabañas en medio del bosque.