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Una granja en Pensilvania ha sido mi flechazo cabañil de la semana. La postal la escribe Laura Agustí (con sorpresa incluida) y en la filmoteca, un poco de ciencia ficción de la que da gusto mirar.
Hola, saludos desde lo más profundo del bosque.
He descubierto que a las afueras de Madrid el Bosque Finlandés de Rascafría. Pero, ¿cómo no conocía yo este sitio? Es un tramo del valle del Lozoya que recuerda a los paisajes del norte de Europa por la presencia de abedules, chopos y un pequeño lago junto a una cabaña de madera, que se utilizaba como sauna (ojito a ese hermanamiento entre Finlandia y Rascafría tan guay).
Empezamos.
Esta semana he tenido un flechazo con una casa rural en Pensilvania de color blanco, que juega con la luz y las sombras transformando la fachada.
Ubicada en una finca de más de 90 hectáreas en Lakewood (Pensilvania), esta vivienda diseñada por Cutler Anderson Architects en 2016 responde al contexto rural con un equilibrio entre lo tradicional y lo moderno. Concebida para una familia numerosa, adopta la forma sencilla de las granjas locales: un volumen blanco, alineado con la tierra y sus muros de piedra, y cubierto con un tejado a dos aguas y mucha, mucha madera.
Su sorpresa es el sistema de persianas móviles que cubre los ventanales orientados al sur; este mecanismo reduce en un 80 % la ganancia solar durante el verano, permitiendo una temperatura agradable durante todo el año sin necesidad de aire acondicionado. En invierno, el vidrio de alto rendimiento deja pasar el sol bajo y el sistema de calefacción combina bomba geotérmica, caldera de leña con madera caída del bosque y estufa interior, aumentando la eficiencia energética y ese espíritu sostenible.



Por dentro, 280 m² abiertos que se organizan en dos alturas, con un mobiliario funcional, sin excesos, y una estructura de madera totalmente visible, reforzando una sensación de naturalidad y continuidad con el entorno. El diseño conserva los muros de piedra originales de la vivienda anterior y se adapta al paisaje sin molestar demasiado, pasando desapercibida y pareciendo una granja típica.
Situado en el corazón de Monferrato, en Piamonte, Lilelo (Little Leisure lodge) es un alojamiento construido por y para la naturaleza. Una experiencia en cabañas en forma de A sostenibles y eficientes energéticamente, rodeadas de viñedos.
Cuenta con tres cabañas triangulares de madera, completamente independientes y con todo lo necesario, inspirada en los parajes tradicionales y la antigua agricultura local. Han sido construidas y diseñadas por Atelier Lavit, estudio de arquitectura especializado en sostenibilidad.
Puedes reservar en: www.lilelo.it
Una cabaña rodeada de nieve es lo mejor en lo que puedo pensar hoy, con esta ola de calor y noches tropicales.
Cada semana, una persona escribirá una reflexión muy cabañil desde su rinconcito favorito, dejando que El Club de la cabaña salga al exterior. Hoy, mi querida Laura Agustí, envía una postal desde su refugio de los Pirineos en Nevá, lugar que envidio fuertemente y la acompaña de una ilustración de la casita.
Querida amiga,
Estoy disfrutando muchísimo de tu libro y de todas tus reflexiones, y me doy cuenta de que ahora, viviendo en plena naturaleza, conecto con ellas de una forma mucho más profunda. Es como si me hablaras directamente desde esas páginas.
Hace ya un año que vivimos en esta casa, que no es realmente nuestra, pero que sentimos muy nuestra. Es de la familia de Arnau y tuvimos la suerte de poder habitarla entonces. Está en un pequeño pueblo remoto de los Pirineos y llevaba más de una década vacía, esperándonos.
Es una casa enorme para nosotros dos y nuestras dos gatas, pero parece hecha a medida para mí. Ya sabes cuánto me gustan las cosas antiguas… hay una abuela dentro de mí que no puede estar más feliz rodeada de reliquias familiares.
La casa está llena de recuerdos que no me pertenecen, pero me encanta ir desgranándolos poco a poco. Me enseña sobre cómo era la vida antes, sobre este lugar, sobre las pequeñas historias que guardan sus objetos.
Me enamoré de este pueblo desde el primer día. Apenas vivimos aquí veinte personas todo el año. Y aunque el pueblo es bonito, lo que de verdad me atrapó fueron los bosques infinitos que lo rodean y la cantidad de animales que puedes encontrar en cada paseo. Siento que camino dentro de mis propias ilustraciones, esas que siempre han estado llenas de naturaleza y animales. Y aquí, entre tanto verde y tanta calma, me están entrando muchas ganas de volver a pintar cabañas y de recuperar los pinceles.
Esta casa se ha convertido en mi refugio. Y el espacio que usamos como estudio parece una pequeña cabaña, con su techo a dos aguas. Era el antiguo pajar, reformado hace unos quince años y ahora es una sala grande donde, además de nuestras mesas de trabajo, hemos puesto un sofá comodísimo, una alfombra blanca y mullida donde hago ejercicio cada mañana y un sillón junto a la ventana donde me siento a leer.
Como sabes, nos costó mucho dar el paso de dejar la ciudad. Cambiar el centro de Barcelona por un lugar tan remoto era arriesgado, pero siento que lo hicimos en el momento adecuado. Creo que para algo así hay que estar preparado, porque de repente desaparecen las tiendas, los bares, los lugares donde encontrarse con gente. Te tiene que apetecer mucho estar aislado, o como digo yo, estar muy cansada de la ciudad.
Para mí, la gran diferencia está en el sonido. Los sonidos de ahora son pura terapia: pajaritos, aire limpio, silencio y de vez en cuando el gallo de un vecino. Apenas se escuchan coches, ni motores, ni gritos. Es increíble. Igual que el olor.
Ayer mismo cayó una tormenta de verano. Mientras medio país estaba a más de 30 grados, aquí no llegábamos a 20. Y no te imaginas el olor a tierra mojada, a bosque, a árboles, a flores. Es indescriptible.
Ojalá pronto podamos compartir este refugio. Me encantaría enseñártelo, pasear contigo por estos bosques y descubrir juntas las cabañas cercanas. Sé que te van a encantar.
Un abrazo enorme,
Laura
No sé cuántas veces he visto ya Interstellar, pero sí que recuerdo cuándo fui al cine a verla, en Mallorca, expectante y con el hype muy subido con lo nuevo de Cristopher Nolan (con el mismo con el que salí tras verla).
En un futuro donde la Tierra se está volviendo inhabitable por el cambio climático (hola, ¿te suena?) y la escasez de alimentos, un grupo de científicos de la NASA descubre un agujero de gusano cerca de Saturno que podría permitir viajar a otra galaxia. Su esperanza es encontrar un nuevo planeta donde la humanidad pueda sobrevivir. Cooper, un ex piloto reconvertido en agricultor es reclutado para liderar una misión espacial a través del agujero de gusano para buscar otros lugares habitables. La relación con su hija Murph va cambiando y es una de las claves de la historia. Y hasta aquí puedo contar, en caso de que no la hayas visto.
La película combina ciencia real con ficción especulativa, explorando conceptos como los agujeros negros — ¿sabías que trabajaron con Kip Thorne y que fue la primera imagen de la historia en la que se recreaba cómo es un agujero negro de verdad?
A pesar de ser una epopeya espacial con efectos espectaculares, Interstellar tiene algo profundamente íntimo y reconfortante. Es una película que te aleja del ruido del mundo y te lleva a otro lugar —no solo físico, sino también emocional. Algo que solo sabe crear Nolan, que te absorbe a cada plano. En medio del caos en la Tierra, hay amor. Y entre dimensiones, agujeros negros y teorías físicas, lo que permanece es lo más simple: una promesa entre un padre y su hija. Es ciencia ficción con alma de pizza y manta en el sofá. Nos recuerda que no todo se trata de velocidad o productividad, sino de volver —aunque no sepamos exactamente a dónde. Hay una melancolía luminosa en su historia, en sus paisajes cósmicos que parecen desiertos nevados, en la música de Hans Zimmer que se repite como un corazón latiendo lejos.
Durante una época, mientras trabajaba en una agencia de publicidad en Barcelona (con sus estreses, sus tiempos, sus horarios extremos), la única manera que tenía de concentrarme en condiciones era escuchando en bucle su banda sonora:
Hans Zimmer que consigue adentrarte no solo en la historia, sino en una especie de concentración extrema que ayuda a la productividad. Ya sabes que soy muy de clásica, pero este piano es hipnótico.
Le puedes ver en Netflix.
Mucha envidia de Laura. A mi me costaría cero dar ese salto...
Por cierto, ¿es buen momento para confesar que no he visto Interstellar?
De esta entrega me ha encantado todo. La casita blanca, la postal de Laura... Y Hans Zimmer... En octubre iré a su concierto y me muero de ganas. Un abrazo