El cuestionario cabañil: María Arranz
Yo me quiero mudar con María a su cabaña: en la montaña, de esas de verdad, pero sin estar demasiado alejada de la civilización y con Kate Bush sonando de fondo.
Esta semana me hace mucha ilusión que conteste al cuestionario cabañil María Arranz. Hace mucho que le sigo la pista y es de esas personas a las que admiras dentro de la profesión. ✨Mirror Maze✨ es su newsletter y soy una grandísima fan desde casi el día uno, es uno de esos refugios dentro del mundo digital. Ella es periodista gastro y feminista, y la has leído seguramente en El País, y si recuerdas FUET magazine, que yo por supuestísimo tengo alguna aún en casa, ella fue una de las culpables de que existiera. Y el año pasado publicó El delantal y la maza, en una colección de ensayos gastronómicos fantásticos de Col&Col, que te tienes que leer ya.
Me estoy planteando seriamente proponerle que nos mudemos juntas a esa cabaña, porque es muy parecida a lo que me gustaría que fuera mi espacio seguro entre árboles.
¿Tu cabaña perfecta estaría en la montaña o en el mar? ¿Por qué?
En la montaña, sin duda. Soy cero marítima y no me gusta la playa, así que si pienso en una cabaña, mi cabeza tira al monte automáticamente. Y si fuera llueve o hace frío, mejor que mejor. Tampoco soy fan del verano (aunque supongo que en una cabaña en la montaña es más llevadero que en un piso en Madrid), así que mi cabaña perfecta tendría que estar en algún lugar de clima fresquito u otoñal. Ya puestas a imaginar, me gustaría que no estuviera muy en medio de la nada, es decir, que hubiera algún pueblo cerca con su mercado y sus cosas para poder bajar de vez en cuando a dar una vuelta. Soy muy urbanita, así que si me voy a la montaña no busco el aislamiento total, necesito saber que a un paseíto de distancia hay gente con la que hablar, algún sitio para tomar un café o un pincho, una panadería... Esas cosas.
Explícame un poco cómo sería
Me encantaría que fuera una de esas casas de piedra con muros supergruesos. Pienso, por ejemplo, en las que se ven en muchos pueblos de Galicia (como la aldea donde nació mi madre). Tendría, sí o sí, una cocina grande con ventanas que dieran al exterior para poder contemplar la montaña mientras haces una sopa. El momento chimenea me seduce, aunque no he encendido una en mi vida, pero como cabaña y chimenea en mi cabeza son sinónimos, tendría que haber una, claro. Un salón con luz cálida, una mesa guay para comer y un sofá grande y cómodo donde echarte la siesta o tumbarte a leer con una buena manta. Si además tiene alguna zona exterior con un rincón cuco para salir a tomar el café por la mañana mientras escuchas a los pajarillos o un río de fondo, ya sería lo más.
¿Cuál es ese momento en el que desconectas del día y que es más ‘cabaña’ para ti?
Por la noche, justo antes de dormir. Normalmente me acuesto muy tarde, así que en casa suele estar todo en silencio y en la calle casi, casi (no siempre, porque vivo en una zona bastante jaleosa de Madrid). Me encanta ese momento de estar metida en la cama, con mi chico durmiendo a un lado y mis dos gatos al otro. Idealmente estoy leyendo un libro, que es como más me gusta quedarme dormida, pero siendo honesta lo más probable es que esté viendo TikToks o vídeos en Youtube.
¿Qué no podría faltar nunca en tu refugio?
Libros, podcasts, comida rica y un pijama gustoso.
Un libro para leer por las tardes en el porche
Me he dado cuenta de que últimamente leo menos poesía de la que me gustaría y, mira, un libro de poemas me parece perfecto para leer en una cabaña. Me llevaría, por ejemplo, Fuego la sed, de María Sánchez, o Circuito cerrado de vigilancia, de Mayte Gómez Molina. Los cuentos también me parecen una lectura muy cabañil, así que elegiría los de Lydia Davis.
¿Qué canción o qué grupo sonaría siempre?
Kate Bush. En general, su música me parece el combo perfecto entre felicidad y melancolía, que es lo que me evocan las cabañas.
Un hotel con espíritu cabañil o una cabaña a la que harías una escapada sin dudarlo
Sueño con quedarme algún día en Manoir de la Moissie, en el Périgord Noir, Dordoña. Es un lugar preciosísimo y, encima, está en un pueblo (Belvès), así que cumple con uno de los requisitos que le pido a una cabaña: no estar aislada en medio de la nada. Además, tienen un programa de residencias creativas. Varias personas a las que sigo en redes han estado allí como residentes (de hecho, así conocí este lugar) y cada vez que veía sus fotos me moría de la envidia.
Luego hay otro lugar que para mí tiene mucho espíritu cabañil, pero que no es ni un hotel ni un alojamiento al que se pueda ir (al menos que yo sepa), y es la que fue la casa de John Berger en la villa alpina de Quincy. Me obsesioné con ella desde que la vi en la película The Seasons in Quincy: Four Portraits of John Berger, un documental que repasa su trayectoria y muestra cómo era su vida allí, en Quincy, en una casa con sus contraventanas, su fachada con enredaderas, su jardín maravilloso y sus vistas a la montaña. Una casa que por dentro estaba llenísima de cosas y que transmitía una sensación increíble de hogar acogedor.




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