El cuestionario cabañil: Javier Aznar
El match cabañil de Javier es mar y montaña, con un poco de cabaña del escritor, un border collie y buenas dosis de literatura.
A Javier Aznar lo conocí en 2017 con Dónde vamos a bailar esta noche (Círculo de tiza), un libro que me ayudó en un momento muy extraño de cambios en mi vida. Me bebí sus historias y me quedé prendada de su forma de escribir. El año pasado tuve la suerte de conocerle personalmente y charlar con él —sobre cabañas, por supuesto— en su Hotel Jorge Juan, su podcast de Vanity Fair para Seagrams. Javier puede sorprenderte en todos los sentidos, me fascina la cantidad de información y de sabiduría que guarda en su cabeza; desde escuchar a Refused a perderse por su querida Nueva York o Santander, a encontrarlo escribiendo columnas sobre el Real Madrid (se lo perdono porque me cae bien) o probando estrellas gastronómicas, disfruta de las pequeñas cosas y de su oficio. Y claro, tanto hablar de cabañas, no podía faltar en el cuestionario cabañil. Espero que la disfrutes tanto como lo he hecho yo leyéndole.
Tu cabaña perfecta estaría en la montaña o en el mar? ¿Por qué?
Mar y montaña a la vez, siempre. Es lo que veía desde mi cuarto: una palmera, la bahía y la montaña. Me niego a renunciar a una de ellas.
¿Cómo sería?
Me la imagino como la cabaña que tiene Brendan Gleeson en la película “The Banshees of Irisheen” (Almas en pena). Y con un border collie como el de la película a ser posible.
O como la caseta del escritor E.B White en Maine.
También creo que la fantasía de todo hombre (bueno, tal vez solo la mía) es la de vivir una temporada en un faro. Es nuestro otro Imperio Romano. Sospecho que habita en nosotros un sentimiento atávico de dejarlo todo, hacerse a la mar y marchar en un velero, como Perales o Seth Cohen. Lo de vivir en un faro sin nadie alrededor, en tu fortaleza de la soledad, mientras te sientes ligeramente útil haciendo cuatro funciones muy concretas y específicas, llevas jerséis gruesos y un gorrito marinero que jamás llevarías en público pero sí en tu faro, bebes café y juegas al ajedrez online con un desconocido como toda interacción social, no me escondo, me sigue pareciendo una idea absurdamente evocadora. Cuando era niño y pasaba cerca del faro de la Isla de Mouro, pensaba: “¿Vivir aquí, sin padres, sin colegio, sin gente, sin obligaciones? Baden-Baden”. Un verano de la universidad hasta llegué a googlear unos faros que se alquilaban por semanas (creo que una búsqueda así en Google debería ser suficiente como para que el FBI interviniera tus líneas telefónicas y llamara a la puerta de tu casa).
La rutina de Desmond, en aquel ya mítico capítulo de ‘Lost’, poniendo vinilos, entrenando solo, inyectándose una sustancia extraña sin cuestionarse nada más y con la única y absurda tarea cada día de meter una secuencia de seis números en el ordenador que nadie le ha explicado es muy “cabaña”.
¿Cuál es ese momento en el que desconectas del día y que es más ‘cabaña’ para ti?
Cuando me hago café. Es mi pequeño acto de recogimiento. Ya lo decía Jim Hopper: “Las mañanas son para el café y la contemplación”.
¿Qué no podría faltar nunca en tu cabaña?
Chimenea, un pequeño embarcadero, un limonero, un horno de piedra solo para hacer pizzas, un cobertizo con un montón de herramientas que no sabría utilizar, una mesa de ping-pong, el border collie anteriormente mencionado, un hacha para intentar hacerme influencer partiendo leña y un manual de boy scout de supervivencia porque tampoco nos engañemos, soy como una nutria de esas que van con Frank de la Jungla a todos lados: no sobreviviría ni un minuto en un entorno mínimamente salvaje.
Un libro para leer por las tardes en el porche
Cuentos de Cheever (especialmente “Las casas junto al mar”). The Guest, de Emma Cline. Mucha novela negra (Lehane, Connolly, George V. Higgins, Matsumoto, David Peace, Manchette, etc.). Hace poco le regalé a mi amigo Emilio Sánchez Mediavilla (que tiene la editorial Libros del KO) este libro que vi y me recordó a él por su peculiar obsesión con todo lo que tenga que ver con la Europa del Este.
Hay otro muy bonito, Palmeras de Santander, reciente, en el que salen muchas fotografías de mis palmeras favoritas (es curioso cómo siempre he tenido una palmera cerca en los sitios más queridos de mi vida).
Qué canción o qué grupo sonaría siempre
Escucharía podcasts, me hacen mucha compañía. Luego me pondría canciones medio depresivas (como Maracaibo, de La Estrella de David) con las que cualquier persona en su sano juicio terminaría suicidándose en menos de una semana.
Pero lo suyo en una cabaña sería encender una vieja radio, sintonizar alguna extraña emisora local (pensando que eres la única persona del mundo escuchando esa estación de radio en ese momento) y tenerla de fondo. Con un locutor algo trasnochado pero brillante como el de Doctor en Alaska.
También me pondría Murder on the Dance Floor como en esa escena final de Saltburn.
Un hotel cabañil o una cabaña a la que harías una escapada sin dudarlo
Me gustaría volver, solo por un día, al campamento al que iba de niño. A la cabaña 14, concretamente. La que estaba junto al lago. Me quedaba dormido escuchando el ruido del agua por las noches, nos subíamos al tejado y mirábamos las estrellas, robábamos zumo de naranja de la cocina, escribíamos algunas cartas, hacíamos vigilancias nocturnas, veíamos veleros y gente haciendo esquí acuático, escuchábamos discos que llevábamos en nuestros estuches Case Logic (y que ahora me daría muchísima vergüenza reconocer públicamente) y éramos felices. También vería pasar por ahí a mi hermano con su camiseta de Garfield, su traje de baño Puma naranja y sus botas Umbro moradas. Sueño mucho con esto, no sé por qué. Nunca seremos tan jóvenes.
Algo más alcanzable: ir a comer a Etxebarri y subir luego dando un paseo por la ladera del Anboto hasta el hotel Mendi Goikoa Bekoa, un caserío convertido en sencillo pero maravilloso hotel, y estar fuera tomando algo y escuchando a lo lejos el amortiguado y rítmico ruido de un partido de pelota en el frontón, reverberando por todo el valle. Una maravilla.
Al sur de Birmingham, en el meollo de la campiña inglesa más cabañil, se vende este refugio prefabricado construido por Turner.Works en el año 2020. Una cabaña sencilla y minimalista en la que el auténtico protagonista es el paisaje.
La casa tiene dos plantas y un volumen totalmente abierto en el interior, forrada de madera de abeto Douglas (ya sabes, un clásico de las cabañas) y suelos de hormigón pulido.
Cada dormitorio tiene vistas al paisaje, y las ventanas son como cuadros que adornan el interior y lo conectan fuera. Me tiene enamorada. Se vende por 1,75 millones de libras.
Amazing text. Amazing profile. Amazing writing. Thanks a lot. Muchas gracias ☺️
Maravilla este cuestionario y esa preciosa foto de la isla de Mouro. :)